Profesamos un profundo odio hacia lo adventiciamente distinto, sin saber que nuestra fortuna nos deparará la misma desesperación, el mismo soliloquio. Sonreímos, ávidos de inclusión, en la firme creencia de que lo caótico nos rodea, como la liebre que pace tranquila, sabedora de la lejanía del lebrel. Mas el abyecto destino de nuestra naturaleza, jamás nos dio madriguera. ¡No obstante, seguimos siendo animales! Continuamos absorbiendo las disonancias del género humano, filtrándonos constantemente en detrimento de una res que suponemos en nuestro fuero interno. Más fantasmas, sólo fantasmas.
Descansad, hermanos míos, pues vivimos en la muerte de un tiempo que, radicado en el arrojo, se contenta con aniquilarse. Urge ahora la comprensión y la labor del buen exégeta, pues el velo ya ha caído. No nos conviene penetrar el maremágnum de lo incierto en soledad, pues la soledad es amiga de la certeza (la mayor de ellas, si cabe). La melancolía, fría y amarga, que cuando besa endulza las tenebrosas arboledas del jardín de las Hespérides.
No obstante, replico al cosmos, que lo verdadero es lo incierto, y que frente a dicha trifulca nos será necesaria el arma del sinsentido, siempre firme, social y leal compañero. Manantial perpetuo para la praxis, alumbrada desde nuestro constitutivo arrojo.
Un par de brindis por lo distinto. Y otro lento por usted, compañero.
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¡Brindemos pues! un abrazo compañera.
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